Comentario
Los últimos años del gobierno de Nerón presentaron síntomas más claros de su deseo de organizar un régimen equiparable a las monarquías helenísticas. Confiaba en que le bastaba el apoyo del pueblo de Roma y de los pretorianos; su prefecto Tigelino mantenía un férreo control de los senadores. A raíz de la conjura organizada por Annio Viciniano, también descubierta por los agentes de Tigelino, fueron condenados a muerte otro conjunto de senadores, entre ellos importantes jefes militares como Domicio Corbulón y los legados de ambas Germanias. Esta decisión marcó no sólo la desaparición de Nerón y la crisis del 68-69 d.C. sino algo mucho más profundo, como fue la participación de los gobernadores de provincias imperiales con mando sobre tropas en la elección del nuevo emperador. El fin de Nerón inaugura así una nueva época en los métodos de transmisión del poder.
En la primavera del 68 d.C., uno de los legados imperiales de las Galias, C. Julio Vindex, se rebela contra Nerón proponiendo como sucesor al gobernador de la Citerior, C. Sulpicio Galba. A pesar de que la rebelión fue aplacada por el ejército mandado por el legado de la Germania superior, Verginio Rufo, recientemente nombrado y aún fiel a Nerón, el dispositivo de la rebelión no se paró.
Galba era ya de edad avanzada, pues había nacido el año 3, "durante el consulado de M. Valerio Messala y de Cn. Léntulo", según precisa Suetonio (Gal., IV). Contaba con una larga experiencia de gobierno: había sido gobernador en Aquitania y en África, cónsul ordinario, jefe de las legiones de Germania y, por su conducta en Africa y en Germania, había recibido un triple sacerdocio (en los colegios de los quindecinviros, de los Titios y de los Augustales) y llevaba siendo gobernador de la Hispania Citerior desde el 61 d.C. Galba contaba con el apoyo de Salvio Otón, el gobernador de Lusitania, con las tropas de Hispania, además de una nueva legión reclutada ahora (la posterior VII Gemina) así como con una alianza sólida de un amplio grupo de senadores. El propio Verginio Rufo decidió al fin apoyar la causa de Galba. Así, el Senado envalentonado, a pesar de las condenas formales contra Galba, declarado enemigo público, consiguió el apoyo de uno de los dos prefectos del pretorio, Ninfidio Sabino, con el procedimiento ya tradicional de prometer una recompensa a los pretorianos (ahora de 30.000 sestercios a cada uno). El otro prefecto, Tigelino, huyó dejando al emperador desprotegido y aislado: a comienzos de junio, Nerón se suicidó.
Una vez que Galba hubo tomado posesión de los poderes imperiales, no concedió el donativum prometido a los pretorianos. Algunas de sus intervenciones políticas fueron poco afortunadas: marginó a Ninfidio Sabino, se rodeó de consejeros y nombró cargos de gran responsabilidad atendiendo sólo a criterios de amistad personal. Llegó a comprometerse para liberar al odiado Tigelino, asumiendo personalmente su defensa (Suet., Galb., XV). En pocos meses, Galba consiguió ser odiado por los pretorianos, por el pueblo de Roma y por un amplio sector de los senadores. Suetonio dice a posteriori que "venía precedido de la reputación de crueldad y a la vez de avaricia" (Galb., XII).
Al comenzar el 69 d.C., las legiones de Germania se negaron a renovar el juramento de fidelidad a Galba proponiendo para emperador a su gobernador Vitelio. Galba, incapaz de comprender la situación, "convencido que se despreciaba en él menos a su vejez que a su falta de descendencia, escogió a Pisón Frugi Liciniano... como heredero de su fortuna y de su nombre" (Suet., Galb., XVII), lo que equivalía a una sugerencia de su proyecto sucesorio. Los pretorianos dieron muerte a Galba y ofrecieron el imperio a Otón, el antiguo gobernador de Lusitania y cómplice de Nerva en el asalto al poder. Es posible que la figura de Otón nos haya llegado deformada por el hecho de haber sido amigo de Nerón y marido de Popea, la segunda esposa de Nerón; esos rasgos de su conducta personal podían no haberle restado grandes capacidades políticas.
Durante los primeros meses del 69 d.C., Roma tuvo dos emperadores: Otón, reconocido por el Senado, y Vitelio nombrado por las tropas del Rin. Otón, al conocer la aclamación de Vitelio por los soldados, "ofreció a Vitelio asociarlo al imperio y hacerlo su yerno" (Suet., Oth., VIII). La situación se resolvió en abril del mismo año cuando las tropas de Vitelio resultaron vencedoras en Bedriacum frente a las de Otón. El Senado reconoció como emperador a Vitelio, a pesar de su dudoso talante humano tal como es descrito por Suetonio: era tan adulador como su padre y consiguió ser amigo de Calígula, después de Claudio e igualmente de Nerón; poco después recibió de Galba el mando de la Germania Inferior (Vitell., IV). Los ocho meses de su gobierno no dejaron gran huella: siguió en todo los consejos del liberto Asiático y se atrevió a licenciar a las tropas pretorianas "por haber dado un ejemplo deplorable" (Suct., Vitell., XII).
Pero, una vez abierto el juego de la participación de los gobernadores provinciales en la sucesión imperial, sin reglas definidas, otro importante grupo de legiones, el de Oriente, proclamó emperador a Tito Flavio Vespasiano, quien estaba llevando a cabo el sometimiento sistemático de los judíos. El prestigio de Vespasiano entre los gobernadores de las provincias orientales no ofrecía fisuras: las legiones de Egipto, de Mesia, de Panonia y de Siria se pusieron a sus órdenes. A fines del 69 d.C., las tropas de Vitelio eran vencidas junto a Cremona por el ejército más numeroso, compacto y curtido de Antonio Primo, el lugarteniente de las tropas de Vespasiano. Este fue proclamado emperador por el Senado en diciembre de aquel año, sin encontrarse en Roma. Vespasiano no mantenía vínculo familiar alguno con los Julio-Claudios.